Profesora • Comunicadora

Los avances de la lengua española

(Conferencia pronunciada con motivo del X Congreso Internacional de Taquigrafía Parlamentaria y Judicial. Noviembre 2018).

Introducción

Quiero agradecer al Sr. Víctor González, presidente de la Asociación, por haberme invitado a disertar en este encuentro con motivo del X Congreso Internacional de Taquigrafía Parlamentaria y Judicial, en este lugar tan hermoso de nuestro querido país, Carlos Paz, de Córdoba.

Objetivo

Mi exposición lleva por título “Los avances de la lengua española”, un aspecto de suma importancia para los técnicos del lenguaje, como son los taquígrafos. Su función estaría emparentada con otros técnicos de la lengua como los redactores, correctores, traductores, comunicadores, periodistas… Todos ellos ajustan su tarea a partir de un conocimiento profundo de la gramática que, a su vez, comprende la ortografía, la morfología, la sintaxis, la semántica, entre otros componentes.

La Real Academia Española es el ente regulador que tiene la comunidad hispánica para consensuar los usos permitidos de los que no lo son. Sabemos que se creó en Madrid, en 1713, que su primer director fue Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, y que tuvo como modelo la Academia francesa, fundada por el cardenal Richelieu. El primer Diccionario fue el de Autoridades, constituido por seis volúmenes entre 1726-39, durante el reinado de Felipe V. En 1741, apareció la primera Ortografía y, treinta años después, la primera Gramática. (Aclaramos que la primera Gramática Castellana fue publicada en agosto del año del Descubrimiento, 1492, por Antonio de Nebrija).

Desde el 2015, la RAE ha decidido instaurar una nueva tradición, ya que a partir de ahora, se ha propuesto, en fechas cercanas a fin de año, informar sobre las novedades de su diccionario. Quedó atrás la época cuando los hispanohablantes teníamos que esperar largos años para conocer las diferentes enmiendas, puntualizaciones o incorporaciones del DRAE. Ahora, en cambio, podremos consultarlas cada año en su versión digital. Esto no quiere decir, nos informa Darío Villanueva, actual director de la RAE, que deje de publicarse en papel, pero señala: «La nueva planta es digital»; así y por primera vez en su historia, el formato electrónico irá por delante de la edición impresa. Estamos frente a una innovación propiciada por la tecnología, los nuevos medios y la demanda creciente de los usuarios, ya que la página web del DLE es consultada por miles de millones de usuarios, que si bien la mayoría procede de los países hispanoamericanos, también y en gran proporción se encuentran los de América del Norte y, en especial, Estados Unidos.

Tanto el director de la RAE como la directora del DLE, Paz Battaner, presentaron en diciembre de 2017 la versión electrónica 23.1, cuyas modificaciones se realizarán cada año de manera continua y estarán al alcance del usuario en forma gratuita, siempre digital. El Diccionario de la lengua española, oficialmente DLE, ha incorporado nada menos que 3345 novedades, entre nuevos vocablos (como táper y crácker), acepciones y supresiones. Recordemos que esta es la primera actualización que se realiza desde la última edición en papel, de octubre de 2014, la 22.a del DRAE (así se llamaba el diccionario de la RAE), que después de trece años había reemplazado a la del 2001, la 21.a edición.

Hay que aclarar que estas novedades se generan tanto en la península como en los países hispanoamericanos, a través de la Asociación de Academias de la Lengua, compuesta por veintitrés entidades, quienes contribuyen en la elaboración de diccionarios y gramáticas. No obstante, pienso que se deberían tener más en cuenta las variantes que estos países proponen (aunque veremos que incorporaron varios americanismos).

¿Qué implica la modificación?

a) Incorporar nuevas palabras;

b) aportar nuevos significados y acepciones;

c) suprimir palabras caídas en desuso.

Sabemos que no todo lo que llega se incluye; se respeta el pasado, porque el Diccionario no es una foto de la lengua de hoy, sino de lo que hemos heredado; tampoco inventa palabras, se limita a recogerlas. Así se aceptaron los vocablos más usados como:

-         buenismo (m. Actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia) / comadrear (chismear o murmurar) / chicano (mexicano de la frontera con EE. UU.) / saga (mujer que se finge adivina), vallenato (baile colombiano);

-         (y acepciones para) acoso escolar (bullying) / mariposear (en materia de amores, variar con frecuencia) / molino (como aerogenerador);

-         expresiones como un montón, una pasada (coloq. esp.: mucho o muy. Me dolía una pasada);

-         en la esfera de internet: pinchar, cliquear y clicar (se recomienda esta última);

-         en cuanto a palabras técnicas: container (contenedor) / audiolibro (grabación sonora del texto de un libro) / bioenergía / cubicaje (medir el volumen de algo)…

En cuanto a las cuestiones de género, la RAE vive una nueva era.

-         La expresión sexo débil (incluida en los diccionarios franceses, italianos e ingleses) de sentido positivo, ahora se marca como peyorativo (con intención despect. o discriminatoria).

-         A su vez, la palabra machismo cuenta con una nueva acepción: ‘forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón’.

-         Cambian acepciones de términos como jueza y embajadora, incluidas en el diccionario en épocas en que las mujeres no ejercían esos cargos, como ‘la esposa del juez’ o ‘del embajador’.

-         La entrada huérfano decía en su primera acepción (en 2001): ‘Dicho de una persona de menor edad: A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre’. Tuvimos que esperar trece años para que se corrigiera: ‘Dicho de una persona menor de edad: A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos’, y nada más.

Trajo mucha polémica la inclusión de términos como

-         posverdad en relación a cómo definirla. Finalmente se consensuó lo siguiente: ‘distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales’. (Propio de las demagogias y el populismo; los demagogos son maestros de la posverdad).

Son cuantiosos los anglicismos.

-         craker: (acepción)pirata informático’.

-         hacker: (acepción) ‘experto en manejo de computadoras’.

-         fair play: ‘juego limpio’.

-         holter: ‘Med. Monitor para el registro del corazón’.

¿Qué pienso de los extranjerismos? Por un lado, considero que es beneficioso que llegue el contacto de otras lenguas y que sus vocablos se incorporen; hoy nadie se asusta porque la lengua española tenga 5000 arabismos. Ya lo decía Unamuno: las lenguas se enriquecen con el contacto porque entran préstamos y se amplían las posibilidades de uso. Pero por otro lado, cuando yo tengo que nombrar una realidad evito emplear anglicismos y galicismos si tengo el equivalente en español. Hay mucha gente que se siente más importante si dice cool o fashion, y a mí me parece de mal gusto.

La lengua otorga identidad, conciencia de nosotros mismos; atraviesa nuestra existencia y nos coloca en un determinado lugar en el mundo. Como entidad, constituye el sedimento secular y milenario de hábitos y rutinas históricas y, por ser el patrimonio inmaterial de cualquier ser humano, se nos va la vida en defenderla. Hablada por más de 350 millones de hispanohablantes, nos preocupan las incorrecciones que se puedan cometer, so pena de vernos perdidos en la incomprensión de los mensajes. Sin embargo, no debe confundirse descuido con creatividad. Si bien los escritores deben ser precisos en el uso de la gramática, ya que son los paladines del buen decir, tienen un margen de innovación que el arte permite en la búsqueda del conocimiento; sabemos que no solo genera descubrimientos el científico a partir de la razón razonante –como diría Sábato–, sino también, y por sobre todo –diría yo–, el artista a partir de su intuición creadora. Estas transgresiones a la norma implican un crecimiento en el lenguaje y no un triste retroceso.

La lengua y el sexismo

Existe una ola de feminismo no solo en la Argentina sino de manera global, generalmente anclada en el populismo, que se propone, como objetivo anexo, la menuda tarea de cambiar el lenguaje. Su motivo es polémico: el lenguaje expresa al patriarcado, además de ser un aparato de dominación que refleja el poder supremo del hombre. El hecho es que las mujeres no se sienten visibilizadas por el lenguaje que utiliza toda la población, por tanto decide manipularlo en función de sus sentimientos y percepciones. Rechazan así el patrimonio cultural y una lengua que, paradójicamente, llamamos “materna”.

Conviene recordar [nos dice Arturo Pérez-Reverte][1] que el habla es un mecanismo social, vivo y cambiante, pero también forjado a lo largo de los siglos; y que las academias lo que hacen es registrar el uso que en cada época hacen los hablantes y orientar sobre las reglas necesarias para comunicarse con exactitud y limpieza, así como para entender lo que se lee y se dice, tanto si ha sido dicho o escrito ahora como hace trescientos o quinientos años. Por eso los diccionarios son una especie de registros notariales de los idiomas y sus usos. Forzar esos delicados mecanismos, pretender cambiar de golpe lo que a veces lleva centurias sedimentándose en la lengua, no es posible de un día para otro, haciéndolo por simple decreto como algunos pretenden. Y a veces, incluso con la mejor voluntad, hasta resulta imposible. Si Cervantes escribió una novela ejemplar llamada La ilustre fregona, ninguna feminista del mundo, culta o inculta, ministra o simple ciudadana, conseguirá que esa palabra cervantina, fregona, pierda su sentido original en los diccionarios. Se puede aspirar, de acuerdo con las academias, a que quede claro que es un término despectivo y poco usado –cosa que la RAE, en este caso, hace años detalla–, pero jamás podrá conseguir nadie que se modifique el sentido de lo que en su momento, con profunda ironía y de acuerdo con el habla de su tiempo, escribió Cervantes. Del mismo modo que, yéndonos a Lope de Vega, cualquier hablante debe poder encontrar en un diccionario el sentido de títulos como La dama boba o La villana de Getafe.

En cualquier caso, como corresponde a una tormenta, llegan juntos el agua y el granizo, es decir, logros históricos como la igualdad salarial o la despenalización del aborto conviven con carteles de violencia contra el varón o deformaciones del lenguaje como las duplicaciones abusivas de niños y niñas, o “compañer@s” o “amigxs”, con x o asterisco, o la entronización de la e: “les taquígrafes”, “les chiques”.

Este novedoso uso consiste en la creación de un tercer género gramatical con desinencia en e en reemplazo del valor genérico, no marcado, que el masculino tiene en nuestra lengua para algunos pronombres, sustantivos y sus modificadores que refieran a seres animados, porque en nuestra lengua, como en muchos otros idiomas, el masculino cumple más de una función: en singular y en plural, sirve para referirse a hombres, pero también a la especie en su conjunto. Con este tercer género se limitaría el masculino a la función específica de referirse solo a hombres, porque hay otro –más exclusivo– para el valor genérico.

La ironía de esto reside en que el cambio de la forma que se pretende nunca logrará transformar el fondo, por eso es infantil pensar que las palabras imponen una realidad cambiada; cuando es al revés: la realidad cambia la lengua. Si pensamos que en el mundo existen cerca de 7000 lenguas vivas, con toda su complejidad gramatical, la imposición de las duplicaciones, de la e, la @, el asterisco o la x suena a poco. Quienes quieran transformar la lengua en pos de una equidad sexista tendrían que tener formación filológica como para saber que esas decisiones lingüísticas se deben a razones históricas o etimológicas, o a veces, incluso, casuales, pero no sexistas.

Así, por más que dupliquemos el discurso (como la constitución venezolana, que aumentó de 100 a 600 páginas por la duplicación genérica: ciudadanos y ciudadanas, ministros y ministras), que cambiemos la o por x, @ o e, para ser políticamente correctos, no modificaremos el machismo de base y seguiremos con un discurso igualitario a fuerza de maquillaje. Por supuesto que el sexismo en la lengua española es algo que debe ser atendido y discutido. La lengua refleja todas esas épocas donde se impuso una visión patriarcal de la sociedad, pero la lucha frente a los maltratos, las vejaciones, la discriminación, la ocultación o los salarios que sufren las mujeres deberá darse en otros ámbitos para que sea efectiva.

La gramática nada tiene que ver con la discriminación sexista; esta es neutral, un mero recipiente, aséptica totalmente. Somos los usuarios los que discriminamos, pero no con la gramática, sino con el discurso que se apoya en esta. “Lo que te marea no es la botella, sino el licor que esta contiene”, decía una colega para establecer la diferencia entre recipiente y contenido.

Respecto de los cambios para satisfacer el enojo de las feministas, España, en general, y la RAE, en particular, han sido las más comprensivas a los reclamos, mucho más que Francia, por ejemplo, que ha condenado el lenguaje inclusivo en los documentos de la Administración. En octubre de 2017, el gobierno francés de Macron lo prohibió diciendo: “Hay que detener la aberración inclusiva que pone al francés en peligro mortal”. Sin embargo, la RAE reafirma la norma y se mantiene firme frente al reclamo, ya que no puede aceptar prematuramente cambios en proceso, incipientes; si bien extendidos, todavía minoritarios.

Volviendo a la gramática, también existe una vieja discusión con el concepto de género –que si bien surgió en inglés como eufemismo de sexo durante el puritanismo, representa un accidente gramatical–. Una mesa tiene género, pero no sexo. Los géneros gramaticales agrupan el femenino, el masculino y el neutro. Así, las palabras terminadas en o suelen ser masculinas, pero hay incoherencias cuando decimos “la soprano”, “la modelo”, “la mano”; las terminadas en a suelen ser femeninas, pero decimos “el día”, “el pirata”, “el terapeuta”.

La e también se reparte, como en “la esfinge”, “el estudiante” o “el jefe”. Algunas palabras tienen un solo género que vale para los dos sexos (los epicenos): “la persona”, “la criatura”, “la víctima”, “la jirafa” y muchos nombres de animales. Y usamos los femeninos “su santidad”, “su majestad” o “su excelencia” para referirnos a varones. Otro sufijo que no marca el género es la terminación –ista, que proviene del griego “istes”: “periodista”, “artista” o “deportista”. Algunas palabras femeninas engloban los dos géneros: “la candidatura”, “las más altas personalidades”; o al revés: “el profesorado”, “los más altos cargos”.

La ensalada gramatical ha logrado adefesios: en Venezuela el presidente habla de “libros y libras”; en Chile, de “matrias y patrias”; una ministra argentina de “jóvenes y jóvenas”.

Como escribe Bosque, integrante de la RAE, en “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”[2], sería sexista decir:

“el que lo vea” en lugar de “quien lo vea”;

“los futbolistas” por “quienes juegan al fútbol”;

“los españoles irán a las urnas” por “la población española irá a las urnas”.

Tampoco podemos usar “los reyes”, “los tíos” o “sus suegros”. Y en el caso de los animales, no se podrá decir –para no ofender a las hembras–: los perros, los gatos, los pájaros, los lobos.

En síntesis, no siempre el género se corresponde con el sexo. Por ende, lo que tenemos que analizar no es el sexismo en la gramática, sino en el uso del lenguaje cuando nos comunicamos.

Veamos casos de sexismo, a menudo inconsciente:

1)      Los ingleses prefieren el té al café; también prefieren las mujeres rubias a las morenas.

(La primera oración es genérica, pero en la segunda, las mujeres desaparecen).

2)      Nicolás Cabré llegó acompañado por Laurita Fernández.

         Laurita Fernández llegó acompañada por Nicolás Cabré.

Mejor: Laurita Fernández y Nicolás Cabré llegaron juntos.

3)      Juan Pérez recibió el premio Cervantes.

         El premio Cervantes fue recibido por Juana Pérez.

De Juan Pérez se da un amplio currículum.

De Juana Pérez, dos o tres renglones, donde se habla de los hijos y de sus tareas hogareñas.

4) Si una empresa recomienda a sus empleados llevar saco y corbata (se elimina a la mujer).

5) Partículas discriminatorias

         Trabaja muy bien, aunque está embarazada.

         Es mujer, pero muy competente.

6) Cuando colocamos el artículo femenino delante de los apellidos de mujeres famosas: “la Storni”, “la Callas”; en política: “la Thatcher”, “la Bachelet”, cuando no tienen su correspondiente en “el Serrat”, “el Sandro”, “el Menem”, “el Trump”. Si nombramos un pintor famoso: “un Picasso”, “un Quinquela”, pero no “una Khalo” (Frida Khalo).

7) Hay asimetrías en expresiones muy arraigadas: “mujer de vida alegre” no es lo mismo que “hombre de vida alegre”; un zorro-una zorra; el reo-la rea, etcétera.

En síntesis:

  1. la gramática no es sexista; aunque sí puede serlo el discurso según cómo lo construyamos;
  2. se tendría que evitar el uso sexista del lenguaje para no herir susceptibilidades;
  3. el género masculino no significa masculino hombre, la mayoría de las veces tiene un uso genérico;
  4. en aras de la equidad, el lenguaje se está convirtiendo en antieconómico; está perdiendo equilibrio, elegancia y corrección, a fuerza de cometer errores gramaticales;
  5. la batalla sexista no debería darse en la gramática, sino en la sociedad; cuando esta sea igualitaria, seguramente los hábitos gramaticales se van a modificar;
  6. se puede ser feminista –como diría Enriqueta Pascual[3]– sin destrozar el lenguaje; pero difícilmente se pueda evitar un uso sexista de la lengua sin ser feminista;
  7. desde la escuela, convendría deshacer la falsa relación género (mero accidente gramatical) y sexo.

Una reflexión final

Analicemos la situación:

  1. Por un lado, veo que el rol de la mujer en el mundo de hoy es bien distinto del de otras épocas. La inserción de mujeres en puestos jerárquicos, así como en la conformación del personal de fábricas, instituciones y empresas; su predominio numérico en las aulas de los estudios superiores y en los eventos culturales del mundo actual hacen que el masculino genérico hoy no tenga cabida. Tampoco percibo un trato lingüísticamente discriminatorio o sexista, sino, sobre todo, un desajuste con una realidad, ya que se empieza a escuchar el femenino como genérico.
  1. Si nos preguntamos por la necesidad del cambio, la respuesta es negativa, porque no lo vemos imprescindible. Pero cuidado, tampoco lo sentimos absurdo. Como amantes de la lengua española por ser tan vasta y hermosa, predomina en nosotros el impulso a conservar e imponer la norma, pero también el deseo de actualizar en pos de no escatimarle vitalidad a una posible evolución.
  1. Por otro lado, percibimos, ya hace un tiempo, un ronroneo de cambio gramatical en proceso, incipiente, pero firme. Dudamos si quedará en intento transitorio o si terminará por modificar la estructura de nuestra lengua. La batalla no parece sangrienta ni alarma a nadie. Lo más sensato y gozoso sería convertirnos en testigos atentos de este experimento natural, cuya trama nos conduce, como en los cuentos fantásticos, hacia un final abierto, donde podremos predecir lo que sucederá, aunque siempre llegaremos a él con una gran cuota de asombro.

 

Mag. Prof. Lina Mundet

 

[1] Pérez-Reverte, A. “Ahora le toca a la lengua española” [en línea], “Patente de corso”, XLSemanal, 25 de junio de 2018.

Disponible en: https://www.xlsemanal.com/firmas/20180624/ahora-le-toca-la-lengua-espanola-perez-reverte.html

[2] Bosque, I. “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, Madrid, 2012.

[3] Catalá Gonzálvez, A. V.; García Pascual, E. Ideología sexista y lenguaje, Valencia: Octaedro, 1995.

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