Profesora • Comunicadora

Cómo creé la carrera de Corrector de textos

(Conferencia dictada en la Universidad de Buenos Aires frente a los estudiantes de la carrera de Edición, con motivo de la III Jornada de Vinculación profesional – 05/10/12)

Para la exposición frente a ustedes, futuros técnicos editores, creí conveniente venir a hablarles de mi experiencia en la creación de la carrera de Corrector, oficializada en el 2001, para el Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea, cuyo reconocimiento de validez nacional le daba carta de ciudadanía por primera vez a la figura del corrector de textos.

La aparición de este nuevo perfil profesional se extendió luego a la opción pedagógica a distancia, con la aprobación de la tecnicatura por el Consejo Federal del Ministerio de Educación, para que pudiera expandirse a toda la comunidad hispanohablante y para que sus egresados tuvieran una certificación nacional.

Por ello, y dada la temática de esta III Jornada que apunta a la vinculación profesional: “Editing y corrección de estilo: límites, alcances y diferencias”, pensé que ahondar en los perfiles profesionales y técnicos de un corrector de estilo les daría a ustedes, futuros editores, la pauta para distinguir las diferencias y complementariedades.

La corrección literaria, ejercida largo tiempo –y aún hoy– por profesores o licenciados en Letras (preparados para la enseñanza y la investigación, respectivamente), o bien, por cualquier entendido que dominara los mecanismos de la lengua, reclamaba en el siglo XXI –ante la proliferación del material gráfico y digital– la urgencia de profesionalizarse.

Comprendí, entonces, que se necesitaban técnicos con una formación sistemática e integrada que se manejaran con las fuentes bibliográficas más autorizadas, que instrumentaran la tecnología para sus fines, que exploraran ámbitos de inserción laboral y que, por sobre todo, dominaran la tarea de corregir. De ahí que mi proyecto partió de una necesidad: la de formar técnicos superiores en la corrección de textos con un perfil específico, con competencias y saberes propios, que viniera a subsanar los requerimientos laborales y les permitiera insertarse en forma inmediata en el mercado del trabajo.

Este técnico del lenguaje, que es antes que nada un comunicador social, pasaría a formar parte del equipo de profesionales de empresas y organizaciones que, día a día, reclaman a un integrante que dé forma adecuada a los escritos: asesore, enmiende, cohesione, clarifique contenidos, adecue el lenguaje a las audiencias a partir de una formación específica. Vi al corrector interactuando en equipos y grupos de trabajo colaborativo junto a editores, escritores, redactores, periodistas, diagramadores, ilustradores, publicistas… para que, sin perder su especificidad técnica, pudiera tender puentes hacia una acción conjunta en un proyecto común.

El panorama disciplinar que se me abría y que me serviría de marco teórico para el diseño curricular resultó amplio y complejo. Por lo tanto, para armar esta carrera tomé como sustento el esquema teórico del lingüista europeo Teun van Dijk, especialmente desarrollado en su libro Estructuras y funciones del discurso (1980). De allí extraje y sistematicé las distintas miradas para encarar el análisis y la corrección de un texto. Partí de sus dimensiones y niveles textuales que en su conjunto forman algo más de diez abordajes o ángulos de enfoque diferentes. De este modo, descubrí que podía aislar los componentes entrelazados y formar con cada uno de estos un espacio curricular (asignatura, taller) para el plan de estudios, cuyo objeto de análisis fuera el mismo texto pero visto desde su peculiar perspectiva: la morfosintáctica (normativa y sintaxis), la semántica (significados y sentidos), la pragmática (adecuación y registro), la estilística (isotopías), la superestructural (géneros textuales), la macroestructural (esquemas de contenidos), la microestructural (mecanismos de cohesión) y la retórica (recursos persuasivos del lenguaje).

Investigué luego qué disciplinas de los nuevos paradigmas lingüísticos cubrían esta clasificación para fundamentar teóricamente la propuesta y, de esta manera, respaldarme en sus presupuestos. Así llegué a la pragmática y a la lingüística del texto, pasé por la etnografía de la comunicación y la semiótica textual, tomé aspectos de la sociolingüística y hasta los presupuestos sociocognitivos de la psicolingüística. Toda esta renovación en el campo que nos ocupa, fuertemente vinculada al análisis del discurso, me sirvieron para conformar los programas de los espacios curriculares de la tecnicatura, precisamente para contemplar todos los aspectos implicados en la formación de un corrector idóneo que se halle a la altura de nuestros tiempos y, sobre todo, deslinde sus saberes del profesor o del investigador de Letras, y –si ustedes quieren–, del editor y de otros comunicadores sociales.

Conseguí asimismo rescatar un corpus temático y un haz de prácticas profesionalizantes que le dibujaron al corrector un perfil propio e indiscutible. Prueba de ello es el alto porcentaje de nuestros egresados que poseen el título de profesores y licenciados en Letras y en Comunicación, y que hoy se vuelcan a su nueva profesión de correctores.

Así nació la carrera para que los cursantes transitaran por trayectos disciplinares claramente definidos, donde se abordaban temáticas propias del campo profesional, cuyos contenidos y actividades fueran gradualmente afianzándose a los procesos de enseñanza-aprendizaje. A la vez, pensé en espacios de integración y de prácticas profesionalizantes que reafirmaban la propuesta y evitara su fragmentación.

Pero ¿cómo definir el perfil del técnico profesional del corrector? Por un lado, separé un conjunto de quehaceres que solo a él competen en las distintas situaciones laborales en las que se halle comprometido. Por otro lado, analicé las áreas ocupacionales, los procesos tecnológicos que las atraviesan y otras figuras profesionales involucradas en el área del trabajo común.

Sobre esa búsqueda, aparecieron las competencias profesionales propias y distintivas, es decir, el “saber hacer” del corrector que solamente él fuera capaz de enfrentar y resolver.

Dentro de los contenidos específicos se encuentran:

  1. La dimensión notacional: que abarca el plano fonológico, la tipografía y la ortografía.
  2. La dimensión morfológica: las clases de palabras y sus accidentes.
  3. La dimensión sintáctica: referida a las funciones oracionales.
  4. La dimensión semántica: relacionada con la construcción de los significados y sus aplicaciones de circulación y estilo;
  5. La dimensión pragmática: que atiende a la relación entre el texto y su contexto de producción y recepción.
  6. El nivel superestructural: vinculado a los formatos textuales, formas vacías acordes con el tipo de texto y el estilo.
  7. El nivel macroestructural: asociado a la coherencia semántica del escrito, no contradicción, reanudación y progresión temática.
  8. El nivel microestructural: relacionado con la cohesión y sus mecanismos.
  9. El nivel estilístico: que atiende a la adecuación del lenguaje empleado según el tipo de texto.
  10. El nivel retórico: para reconocer los recursos persuasivos del lenguaje en determinado tipo de escritos.

Todos estos enfoques fueron modelando su perfil, diseñando su especificidad, separando sus funciones dentro de un área compartida por otros profesionales.

¿Qué actividades, tareas y funciones podía cumplir un profesional conformado con estas competencias?

1)    Detectar las distintas dimensiones de un texto para circunscribir las áreas de corrección: notacional, morfológica, semántica, sintáctica, pragmática, retórica, estilística, entre otras.

2)    Corregir textos de diversa índole: académicos, jurídicos, literarios, periodísticos, publicitarios…

3)    Descubrir en las tipologías textuales de los textos sus imperfecciones gramaticales y textuales, y corregirlas.

4)    Conocer la clave de corrección de textos en soporte papel, así como todos los programas digitales pertinentes para usarlos con precisión y soltura en la corrección de textos virtuales.

5)    Componer, en forma fragmentaria o total, los baches que pudieran quedar después de la corrección exhaustiva de un escrito.

6)    Fundamentar, dentro del marco teórico de sus saberes, las correcciones que realiza.

7)    Asesorar, en el caso de publicaciones editoriales, sobre el tipo de texto, la especie, la modalidad y demás especificaciones, del material académico, literario o periodístico seleccionado.

8)    Usar el material bibliográfico más actualizado.

9)    Mejorar la calidad de los mensajes orales y escritos de los medios de comunicación y de otros canales.

Pero esto es insuficiente si pensamos que el corrector, hoy en día, no es un ente aislado en su labor. Si bien algunos sostienen que la corrección de textos consiste en un trabajo solitario por ser una tarea que habitualmente se realiza a distancia, considero que este juicio es solo real en parte, ya que en los hechos integra una red poco visible, una comunidad “virtual”. Piensen que el texto que corrige fue previamente elaborado por un autor y que luego de su corrección pasará al editor, y que, por supuesto, tiene un destinatario final o varios a quienes el corrector posiblemente nunca conozca.

En este contexto, las herramientas de comunicación e información mediadas por la tecnología son clave para superar la compartimentación de la tarea. De ahí que se agreguen otras funciones que completan las anteriores:

10) Iniciarse en la práctica profesionalizante a través del estudio de campo, el análisis de casos, la resolución de problemas, la formulación de proyectos y la toma de decisiones.

11) Adiestrarse en la dinámica del trabajo grupal, cooperativo o colaborativo en red, a través primero de los foros virtuales que funcionan tanto para los cursantes presenciales como para los a distancia.

12) Reflexionar sobre la experiencia de la práctica profesional para abrir la posibilidad de generar nuevos conocimientos.

El trabajo colaborativo mediado por la tecnología expresa dos principios importantes: en primer lugar, la idea de aprender con otros, en grupo. En este sentido, no se contempla a la persona aislada sino en interacción con los demás. Se comparten objetivos y se distribuyen responsabilidades, como formas que potencian el trabajo de cada uno. Además, se enfatiza el papel de la computadora como elemento mediador que apoya este proceso, es decir, un entorno en el cual todos los participantes del proyecto trabajan, colaboran y se ayudan para su realización.

El mayor desafío en una propuesta de este tipo es lograr motivación, confianza y participación activa de los integrantes del grupo, ya que existe una inercia que prefiere el trabajo individual, con escasa iniciativa o compromiso personal, y con fuertes expectativas de apropiarse en forma individual del trabajo conjunto.

El otro principio importante es pensar con otros, esto es: reflexionar, discutir y clarificar intencionalidades, objetivos, medios. Pensar juntos, conversar (versarse-con-otros) significa una posibilidad valiosa por desarrollar, tanto para optimizar los resultados del trabajo, como para mejorar como persona.

Y es aquí donde aparecen las similitudes y diferencias entre los roles del corrector y del editor. Tal vez venga bien recordar qué significa “sistema”. Es un conjunto de elementos que posee cada uno dos valencias: una suelta que hace a su especificidad (corregir/ editar/ redactar) y la otra amalgamada con el resto de los integrantes, el grupo, donde los proyectos, los objetivos, las estrategias y los resultados finales se comparten.

Un editor no es un corrector y un corrector no puede asumir las funciones de un editor, aunque en la realidad tengamos ejemplos que nos contradicen. Esto no significa que tanto unos como otros conozcan el trabajo de corregir, redactar, editar…, de hecho en los planes de estudio de sus carreras se incluyen competencias compartidas; pero su vocación, su formación, su práctica lo habilitó para otras tareas, ni mejores ni peores, sino diferentes.

Y son tan tajantes los perfiles que aunque tengan como base común la lengua, cada cual poseerá mayores habilidades o predisposiciones para determinadas actividades y no para otras.

Esto se traduce en una síntesis clara y contundente: necesitamos de los demás. Entiéndase bien, no es que debamos cultivar la tolerancia para soportar resignadamente a los que son y piensan distinto. No. Es que los necesitamos para que nos aporten lo que no tenemos, lo que no podemos lograr solos. La sinergia hace que cuando dos o más personas trabajan juntas el resultado de su tarea raramente equivale a la suma del trabajo de cada una. Si las personas colaboran entre sí, el resultado de su trabajo se potencia, los logros son mayores a la simple suma de las partes (el todo es más que la suma de las partes).

El cambio es radical. Pero estar junto a otros no implica necesariamente compartir el mismo espacio físico, estar espacialmente en distintos lugares no excluye el que podamos trabajar con otros, colaborar, cooperar.

Esto es lo que entiendo por “vinculación profesional”: el trabajo colaborativo y el cooperativo están produciendo cambios sustanciales en la resolución de problemas, ya que posibilitan logros que antes eran impensables. Al mismo tiempo, están modificando medularmente las concepciones sobre el trabajo y la identidad laboral de las personas, ya que el éxito de un equipo depende cada vez menos de las aptitudes individuales de sus miembros, y mucho más del nivel de colaboración que sus integrantes puedan sostener.

Así trabajamos con nuestros alumnos del Instituto Mallea y así los formamos para un futuro mejor donde todos podamos vincular nuestras profesiones.

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