Profesora • Comunicadora

La Argentina de Eduardo Mallea

Para referirnos a cómo Eduardo Mallea pensó la Argentina, tendremos que detenernos brevemente en las características que reviste su producción literaria, concebida como un todo acabado, un todo surcado por determinadas constantes, que lo signan como un escritor sumamente coherente e integrado. Si bien existen dos vertientes en su producción:

                       a) su obra ensayística o reflexiva;

                       b) su obra de ficción que reúne cuentos, relatos, novelas y dramas;

predominan en todas sus piezas rotundos temas recurrentes, obsesiones casi, sobre los cuales insiste en más de una oportunidad en su afán de explicarlos y darles verdadero relieve. Y entre todas estas directrices que atraviesan como ejes su creación, existe una que las rebasa a todas: su preocupación por el país, y dentro de él, por el hombre argentino que es quien le da verdadero significado al contexto nacional. Así, toda su obra se nos manifiesta como un sincero y ardiente meditar sobre las esencias nuestras que, por ser hondamente argentinas, apuntan a lo universal.

Mallea pertenece a la generación del 26, junto con Victoria Ocampo, Marechal, Murena, Borges… quienes, a partir de la década del 30, comienzan a interesarse por nuestra realidad nacional. Estos jóvenes se llaman a sí mismos "escépticos"; pero tal denominación no nace de una actitud negativa respecto de los valores heredados de las generaciones que los precedieron, sino que responde al sentido griego del término escéptico, cuya etimología apunta al 're-visar detenidamente una realidad en busca de verdades', es decir, 'el que observa sin afirmar', actitud propia del investigador científico y que estos escritores trasladan al plano humano. Por esta vía logran tener como centro al hombre a fin de analizar su condición ética y existencial.

Los ensayos malleanos presentan, al respecto, tres direcciones que indagan en las siguiente realidades:

                                    1) La búsqueda de la entidad nacional, que sondea en la evolución histórica de nuestro país para llegar a las raíces del ser nacional. (Un ensayo esclarecedor al respecto es La vida blanca de 1960, cuya vigencia admiramos hoy).     

                                    2) El camino interior, que bucea en el hombre a través de la introspección como vía de conocimiento a fin de saber leer dentro de sí, como argentino y como ser humano en general.

                                    3) La apertura hacia lo universal. Por primera vez una generación argentina plantea la articulación de la realidad concreta del país con el resto del planeta.

Nos dice Mallea en su ensayo Poderío de la novela (1965) que ese voluntario acento de universalidad nació en la batalla por descubrir y echar a andar un mundo nuevo, con su propio idioma, sus temas, sus renovadas concepciones. Nace de este modo una literatura que, habiendo podido superar la supremacía de las pasiones y de la carne, como la que dejaban atrás, posibilita la apertura al espíritu para esclarecer mediante este la condición del hombre.

De ahí que la nueva expresión se abra a una literatura de conocimiento, reflexiva, con una importante carga ensayística. Así lo testimonian las novelas de la primera etapa de la producción de nuestro autor, novelas como Fiesta en noviembre (1938), La bahía de silencio (1940), entre otras.

Y ya desde su primer ensayo, Conocimiento y expresión de la Argentina (1935), Mallea expone algunas cuestiones clave del hombre americano y argentino.

Recordemos que esta obra es un poco la génesis de lo que será su ensayo más famoso, Historia de una pasión argentina (1937), y a la vez, raíz de muchas obras de ficción, cuyos personajes, después de ahondar en su conocimiento espiritual, deberán abrirse al prójimo a través de una expresión que no siempre logran. En consecuencia, estas dos premisas –conocimiento y expresión– pasan a ser temática permanente en la obra malleana, cuya dinámica se moverá a partir de esta relación basada en poseer primero un conocimiento interior –contenido de sí– para después articular las formas de liberarlo a través de la palabra.

Como decíamos, en este primer ensayo, el autor expone cuál es el drama, la agonía de América y la de su país. La primera dificultad con la que nos encontramos, escribe, reside en el descubrimiento de que el continente no tiene expresión, la Argentina no tiene voz, porque no hay un conocimiento de sus esencias. Y es tarea del escritor otorgarle expresión al continente; por dicha razón Mallea, junto a los integrantes de su generación asume el cometido de dotar de voz al país.

¿Cuál es la diferencia entre un escritor europeo y otro americano en esta meta? La diferencia consiste en que un escritor situado en un contexto europeo cuenta con el respaldo de una larga y rica tradición cultural, expresada en todos los matices de lo humano y lo divino, pero cuando mira a América solo encuentra un grito tácito, desarticulado, un conmovedor balbuceo cercano al mutismo de las zonas desérticas.

Al no poseer el conocimiento de lo que realmente somos, muchos extranjeros que nos visitaron se vieron tentados a definirnos y trataron de indagar en nuestra identidad. La mayoría de ellos configuraron una serie de juicios, muy personales e incluso mezquinos, sobre el ser argentino. El español Ortega y Gasset, por ejemplo, nos llamó "ilusos", por esperanzarnos demasiado en lo que el horizonte promete, por vivir en las nubes, por un natural desarraigo que impide concretar proyectos. Otros, en cambio, nos consideraron seres indefinidos, adormecidos por un cierto letargo, por una especie de inercia en la que vivimos los argentinos.

En reacción contra estas aproximaciones de mira estrecha, que definen la Argentina por lo pampeano o lo porteño, Mallea propone en su ensayo capital una visión integrada, abarcadora de nuestra Nación, dándole sentido a cada una de las zonas y territorios que la componen, tanto desde el punto de vista geográfico como productivo.

De este modo, Mallea supera las definiciones parciales y de óptica deformante que aparecen con mayor asiduidad en nuestros ensayistas respecto de cómo conciben lo nacional. Además, nuestro escritor encontrará una respuesta a la estampa trazada por Ortega en cuanto a que el hombre en la pampa vive desarraigado y sin afirmarse. En efecto, en el ensayo del 35[1] Mallea señalará que:

…la circunstancia geográfica de la Argentina gravita poderosamente en la sensibilidad del habitante, creando en él y en su dintorno físico una relación que asume patetismo profundo.

¿Por qué es patética la relación del hombre con la pampa?

…la presencia de los silenciosos espacios infinitos y el sentimiento de ella emanado –presencia que provoca en Pascal un religioso terror– ha llevado siempre a la criatura humana a la comprobación dramática de su miseria en medio de la grandeza creada.

En la pampa, el hombre toma conciencia de su limitación y pequeñez, y la inmensidad del dintorno produce el efecto de repliegue sobre sí mismo. De ahí "la fisonomía de nuestro pueblo, esa secreta taciturnidad, ese fondo sombrío aun en medio del goce transitorio" que los viajeros han mal interpretado. La supuesta superficialidad que el extranjero cree ver en el hombre de la pampa, ese regodearse en el goce inmediato sin proyectarse nunca, el desbordar demasiado sin afincarse en nada... es solo el disfraz –explicará Mallea– que tapa y elude la experiencia trágica del encuentro con los límites. El alma del hombre se abisma en la pampa y reconoce su precariedad.

¿Qué participación han tenido ciertos grupos humanos en la formación del país?

El gaucho:

El gaucho, hombre típico de nuestro campo, posee una riqueza de fondo puro, de naturaleza inerte; por lo tanto, esta vez sí, ciertamente ciega. Su modo de emoción es hondo y noble. Pero vive sin luz, desprovisto ya para siempre de cualquier facultad creadora.

No es el gaucho, pues, el hombre clave para abrir el camino del futuro del país. Este tipo humano ha quedado muy atrás y ya nada tiene en común con la Argentina de hoy. Para nuestro autor, el verdadero forjador de la Nación es el patricio o "padre de la patria".

El patricio:

Os parecerá vasto y confuso el término «patriciado». Quiero apresurarme a aclarar que no aludo a un grupo innominado de próceres en su manida alegoría estatuaria, sino a muy particulares circunstancias de naturaleza y espíritu que aparecieron conjugándose en algunos hombres de nuestro albor estadual y que alcanzaron su máxima sustanciación en San Martín. Este hombre, estos hombres no llevan adentro inercia, como el gaucho, sino la visión y la gesta corporizada de medio continente americano.

A diferencia del gaucho adormecido en su inercia, estos hombres tienen capacidad de visión y empuje dinámico para llevar adelante el destino de un país.

Pero el hombre abominable de este suelo, aquel que no está arraigado ni en tierra ni en cielo, y solo vive en la ventaja y el lucro, el hombre adventicio, incapaz de integrar un orden cósmico es el argentino visible.

El argentino visible:

El primer síntoma de este tipo de hombre se halla en la nueva generación inmigratoria. Mallea nos aclara, en el Prólogo de Historia de una pasión argentina que hubo dos oleadas inmigratorias: un movimiento inicial, cubierto por aquellos primeros extranjeros que concibieron lo argentino como un estado de religiosidad, en el sentido de re-ligar, de atarse al país con reverencia y armonía. El segundo movimiento correspondió a los hombres adventicios, los que sobreponen su interés personal en desmedro de la integración.

En Buenos Aires aparecen definidas con mayor fuerza que en cualquier otro punto del país las dos Argentinas antagónicas; una visible, la otra, sensible. La Argentina que habla y la Argentina que vive, siente, se agita y piensa sumergida.  

Hablar no significa expresarse para Mallea. De ahí que condene las voces locuaces y gárrulas, las voces blancas, es decir, las que no tienen coloración y no responden a ningún sentimiento ni matiz humano. La vida blanca –nombre de uno de sus ensayos más profundos–, es la vida sin definición ni expresividad, sin individualidad ni compromiso. Porque vivir la vida –y no representarla– consiste en un estado permanente de agonía.

Y nos encontramos, a medida que avanzamos en la lectura de sus ensayos, con una serie de vocablos como: pasión, diálogo, pugna, drama, agonía… que pertenecen a un mismo campo semántico y que adquirirán significaciones especiales en el discurso malleano. En efecto, el denominador común de casi todos estos es la idea de participación de dos fuerzas en pugna, porque lo que no contiene tensión íntima es falsedad, dado que lo natural de la condición humana es vivir en agonía. Este término le servirá a Mallea para definir al escritor como "un hombre que renace permanentemente de sus agonías por la palabra". Es esta la que lo rescatará de su agonía interior, ya que el escritor entabla una constante lucha por trasvasar en palabra significativa su "guerra interior".

Pero tal vez los dos conceptos que mejor definen la visión de Mallea sobre nuestro país sean "reminiscencia" y "pasión".

Los griegos tenían dos vocablos para designar el concepto de memoria: uno de ellos era Mnemosyne, encarnado en la madre de las Musas, cuya omnisciencia le permitía conocer las esencias primordiales. Gracias a ella, la diosa rescataba el conocimiento de los tiempos míticos, base y fundamento de este mundo. El otro término: anamnesis se refería a la memoria que permitía recuperar todo lo sucedido en el tiempo histórico.

En el mundo de hoy el concepto de "memoria" fortalece y concilia ambos sentidos, y se presenta como el atributo básico de la mente humana. Nuestro escritor hace una apelación a la memoria para rescatar del pasado el numen más hondo del ser donde se halla no solo el origen de nuestros males, sino esencialmente, el sustento de nuestro posible y necesario bien como individuos y como Nación. Por eso dirá en el Prólogo de Historia de una pasión argentina:

La Argentina que queremos es otra. Diferente. Con una conciencia en marcha, siendo esta conciencia lo que debe ser, es decir, sabiduría natural. Si según la teoría socrática recogida por Platón en su Fedón, ciencia es reminiscencia, lo que necesitamos en todo momento es reminiscencia, o sea conocimiento anterior del origen de nuestro destino y en el origen de nuestro destino está el origen de nuestro sentimiento, conducta y naturaleza. En nuestro origen natural está potencialmente contenido nuestro devenir; si perdemos el recuerdo, o sea la ciencia, de nuestro origen anterior –¿qué podemos ser más que un optimismo errabundo? Haberse originado es originarse constantemente, nacer es seguir naciendo– y si no sabemos cómo y para qué llevamos en nosotros tan constantes nacimientos, esta ignorancia adquirirá, bajo el aspecto de una vida que se perpetúa, el valor de una muerte que se repite.

Lo que anhela Mallea es que se instale de una vez y para siempre la Argentina invisible, la Argentina de la exaltación severa de la vida. Para lograrlo, utiliza un singular camino que le servirá para indagar en la memoria ancestral de los argentinos, esto es, la pasión.

Pero como en sus ensayos no se detiene a glosar el término pasión, advertimos cómo algunos comentaristas de su obra desvirtúan la pasión malleana al asociarla con el sentimiento romántico o el ímpetu desbordado. Por el contrario, para Mallea existen, en la vida del hombre, dos dimensiones: la acción y la pasión. La primera se relaciona con el mundo de los aconteceres y las actuaciones; la segunda, con el padecer en sí la acción de algo o alguien. Cuando ese padecimiento es consciente y el hombre asume su carga como algo inevitable, se convierte en un ser lacerado, sufriente, en "carne viva"; de ahí que nos diga que "la existencia humana se nutre de pasión en el sentido de padecimiento y sacrificio"; que "nada se alcanza sin pasión", y que "la calidad de la pasión de algunos hombres es la que hace la grandeza de los pueblos".

Sin duda, estamos hablando de los hombres que no se conforman con el desarraigo, los sin tregua, lanzados a la batalla sin descanso, que tendrán que salir de su individualidad para entrar en comunión con grupos de su misma índole espiritual. Por ende, todo ejercicio de la memoria humana estaría inevitablemente condicionado a las exigencias de la pasión. Porque ambas, memoria y pasión, implican un grado de madurez en el dolor y en la esperanza que, si bien nos resulta difícil de sobrellevar, nos promete salir al encuentro de aquellos arquetipos más escondidos y remotos, aquellos que harán posible pronunciar, ya sin vergüenzas ni inhibiciones:

Si mil veces tuviera que elegir, mil veces elegiría la suerte múltiple de ser mil veces argentino.[2]

     

[1] Todas las citas corresponden a su ensayo Conocimiento y expresión de la Argentina, en Obras Completas de Eduardo Mallea, Tomo I, Buenos Aires, EMECÉ, 1961. Págs. 63-80.

[2] La vida blanca, Buenos Aires, Sur, 1960. Pág. 180.

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