Cervantes entendió lo que la palabra idioma significaba desde sus orígenes etimológicos, esto es: ‘identidad’, ‘carácter propio de alguien’, ‘imagen inequívoca de una nación’. Ese bien común, patrimonio de cada uno de los miembros de la comunidad hispánica, le sirvió para componer la obra mayor de la literatura española. Él bien sabía que la lengua es vida en constante renovación y crecimiento, y que por ella se expande la vitalidad que hará que su naturaleza se matice para estar a la altura de los tiempos.
Sabido es que El Quijote tuvo el mismo derrotero del idioma que lo había modelado: ambos pudieron sobrevolar los tramos históricos y quedar indemnes en su legado a la humanidad. Si bien se nos ofrece como novela de aventuras, también aparece como lección de poética y práctica, de consejos y sabiduría, cuyo aprendiz peculiar encarna Sancho frente a un maestro que se preocupa por la exactitud de las expresiones lingüísticas en pos de acertar con el momento apropiado para emitirlas y el tono con que deberán ser pronunciadas.
Como docente incisivo, Quijote aconseja una serie de estrategias –que bien podríamos aplicar en cualquier taller de escritura– “enfrena la lengua, considera y rumia antes que te salgan de la boca”.
Suponemos que estamos frente a un trabajo selectivo de la palabra en aras de la exactitud y la precisión. Nace así la responsabilidad que nos embarga cuando articulamos el discurso, porque “en la lengua consisten los mayores daños de la vida humana” (la palabra condenatoria), pero “más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo” (la palabra salvadora); “la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos” (la palabra espiritualizada).
De la palabra, pasa al contenido del texto. Él había definido el refrán como “sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios”, que sin duda se yergue como la escuela asistemática de campesinos e iletrados. No obstante, advierte que “el refrán que no viene a propósito, antes es disparate que sentencia”. Por ende, “cargar y ensartar refranes a troche y moche hace la plática desmayada y baja”.
Y para seguir con sus enseñanzas estilísticas señala: “habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala”; así la “llaneza” supera la “afectación” indeseada.
Pero ¿de dónde obtener el material para ensayar la propia escritura?, ¿cómo familiarizarnos con el idioma que articularemos? Cervantes nos responderá: “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Avizora así las dos canteras de donde abreva todo escritor, a saber: la lectura y la vida.
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